“En el tiempo en que el cuerpo humano no formaba como hoy un todo en perfecta armonía, sino que cada miembro tenía su opinión y su lenguaje, todos estaban indignados al tener que tomar sobre sí el cuidado, la preocupación y la molestia de proveer al estómago, en tanto que él, ocioso en medio de ellos, no hacía otra cosa que disfrutar de los placeres que se le procuraban. Todos, de común acuerdo, tomaron una decisión: las manos, de no llevar el alimento a la boca; la boca, de no recibirlos; los dientes, de no masticarlos. Pero queriendo, en su cólera, reducir al estómago por el hambre, de repente, los miembros, también ellos, y el cuerpo entero, cayeron en un agotamiento completo. Entonces comprendieron que la función del estómago no era ociosidad, y que si ellos lo alimentaban a él, él los alimentaba a ellos enviando a todas partes del cuerpo el principio de vida y de fuerza repartido en todas las venas, el fruto de la digestión, la sangre.”
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